Análisis: el blog de Sociedad y Educación

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Publicado el 05 Jul 2018 / Sin comentarios

La rendición de cuentas como instrumento de mejora educativa

Autor: Miguel Ángel Sancho. Presidente de la Fundación Europea Sociedad y Educación.
Fuente: publicado originalmente en Educación Abierta (11/06/2018)

 

Un efectivo liderazgo escolar, una mayor autonomía y una dinámica de rendición de cuentas se perfilan como los tres puntos fundamentales sobre los que construir la actuación educativa de los centros. Los tres se implican mutuamente y de su equilibrada interacción se deriva, a su vez, un incremento de la flexibilidad, la adaptabilidad, la responsabilidad y la iniciativa [i].

 

El beneficio de la autonomía escolar va a depender de cómo la escuela está preparada para asumir efectivamente esa responsabilidad y cómo da cuenta de ella.  Siendo la autonomía una condición necesaria, no es suficiente para la  mejora en los resultados de los alumnos y, en general, para la mejora del centro educativo. Necesita ir asociada a efectivos sistemas de control (rendición de cuentas), cualificados profesores y fuerte liderazgo para diseñar internas evaluaciones y currículos [ii].

 

El índice de autonomía escolar en España se sitúa en un 57,5%, figurando como uno de los países con menor autonomía del conjunto de la OCDE (71,3%)[iii]. Por lo que se refiere a la rendición de cuentas, PISA 2015 aporta una serie de datos pero la fiabilidad de los resultados, obtenida por las respuestas a cuestionarios, más bien manifiesta lo que sería deseable o se limita a reflejar lo que esta normado y no refleja la realidad de la evaluación [iv].

 

¿Qué es la rendición de cuentas?

 

La expresión rendición de cuentas tiene un origen anglosajón (accountability) y se ha aplicado al control de las actuaciones públicas, aunque se ha extendido a otros campos, sobre todo a lo que tiene más impacto social y se financia con fondos públicos.

 

En lo que se refiere a la educación, y particularmente a los centros educativos, tiene un sentido no solo de fiscalización y control sino de herramienta fundamental de mejora. Por ello, el término más común en educación desde ese planteamiento sería el de evaluación.

 

Quizá sea uno de los términos más utilizados y recurrentes al establecer políticas y programas educativos, y tratar de implementarlos. Sin embargo, la evaluación o rendición de cuentas es un concepto bastante general e impreciso, que requiere una mayor especificación para saber con precisión a qué nos estamos refiriendo.

 

En general, se está de acuerdo con que hay que evaluar, pero en el qué y cómo es donde viene el desacuerdo, muchas veces como consecuencia de la falta de información de lo que aporta la evaluación  y por qué se realiza.

Evaluar para mejorar

 

En primer lugar, querría subrayar que la evaluación ha de entenderse siempre como un proceso necesario para la mejora de cualquier actividad educativa. Ese es el sentido que tiene y el que orienta su método y finalidad. No es una fiscalización o control por el control y menos un sistema de rankings ajeno a la tarea educativa.

 

La evaluación, en cuanto nos permite conocer qué aspectos debemos mejorar y el impacto y consecuencias de la tarea educativa, tiene que estar presente a todos los niveles de la misma: políticas, programas, proyectos, tanto de la educación formal como no formal. Si observamos hasta qué punto estas afirmaciones se dan en la realidad, debemos afirmar que su ausencia es manifiesta: apenas hay tradición de evaluación aunque poco a poco va introduciéndose, muchas veces por requisito de proyectos europeos que exigen para su concesión el ir acompañados de una evaluación realizada por un organismo independiente. Este es, por ejemplo, el trabajo que se le ha encomendado a la Fundación Europea Sociedad y Educación, a través de su Unidad de Evaluación y Observación educativa, que evalúa en la actualidad, junto a organismos externos a las administraciones pública, un programa que tiene por objetivo medir la competencia cívica de estudiantes de secundaria de cuatro países de la Unión Europea.

La evaluación debería estar presente en todos los niveles de la tarea educativa.

Centrando el comentario en lo que se refiere a la evaluación de los centros educativos, área esencial de la evaluación pues es donde se realiza la educación, la realidad no es más positiva. Para analizarla adecuadamente tenemos que distinguir lo que es la evaluación del desempeño profesional de directores y profesores, de la de los alumnos y su nivel de conocimientos y competencias, y la del centro como tal, en cuanto a su nivel educativo, a sus programas y en relación con el uso de los fondos públicos.

 

En la evaluación de directores y profesores se produce una disociación entre lo que la legislación establece (Titulo VI LOMCE) y la realidad educativa, debido a su falta de implementación. No hay más que preguntar a los directores de los centros públicos acerca de las posibilidades que tienen, en su acción directiva, de evaluar al profesorado y orientarles en su desempeño, y son prácticamente nulas.

 

Por lo que se refiere los alumnos, hay que contemplar una evaluación competencial, que se adapte a las pedagogías y proyectos de aprendizaje, y a las competencias requeridas además de a los necesarios conocimientos. Pero lo que parece necesario  subrayar en este apartado es la ausencia de pruebas estandarizadas que permitan hacer una comparación rigurosa entre comunidades autónomas. Téngase en cuenta que la muestra ampliada de PISA en 2015 es la que nos ha permitido realizar análisis comparativos entre regiones. Los investigadores piden ese tipo de datos para poder analizar el impacto de los programas y políticas, y poder hacer valoraciones basadas en evidencias. Hay que dejar a un lado los análisis sesgados y apriorísticos fundamentados en posiciones de partido y dar paso al rigor de la evaluación enfocada a procesos de mejora.

Conviene dar paso a una evaluación centrada en los procesos de mejora.

Finalmente, los centros educativos como tales, y más en la medida en que gozan de mayor autonomía pedagógica y en muchas ocasiones implementan programas de innovación educativa, tienen que ser objeto de evaluación. La medición de la eficiencia de los centros permite clarificar y relacionar cuales son los recursos, actividades y resultados mediante los métodos de fronteras de producción [v]. Por otra parte, hay que tratar de diseñar los diferentes programas o proyectos educativos que se quieran implementar en las aulas, para que puedan ser objeto de evaluación y establecer en la medida de lo posible relaciones causales capaces de medir el impacto real de esos programas.

 

Como puede deducirse de esta somera descripción de la realidad de la rendición de cuentas o evaluación, es mucho el camino que tenemos que recorrer para que sea un instrumento eficaz de mejora educativa. Urge sentar las bases para introducirla en la práctica educativa habitual, evitando manipular su sentido y alejando el miedo y prevención a usos negativos.

 

Referencias

[i] Sancho Gargallo, M.A. (2015), La autonomía de la escuela pública, Madrid, Iustel, 359 pp.
[ii] Hanushek, Link y Woessmann (2013), OCDE (2011) PISA 2015. VOL II.
[iii] AA.VV. (2017) Indicadores comentados sobre el estado del sistema educativo español-2017. Madrid. Fundación Ramón Areces y Fundación Europea Sociedad y Educación.
[iv] OECD (2016), PISA 2015 Results (Volume II): Policies and Practices for Successful Schools, PISA, OECD Publishing, Paris. http://dx.doi.org/10.1787/9789264267510-en
[v] Santín, D. y Sicilia, G. (2014). Evaluar para mejorar: hacia el seguimiento y la evaluación sistemática de las políticas educativas. Fundación Europea Sociedad y Educación y Fundación Ramón Areces. Madrid.