Análisis: el blog de Sociedad y Educación

Un blog que reúne en sus posts la más reciente literatura científica en el campo de la educación y que expertos de Sociedad y Educación examinan, seleccionan y ponen a disposición de la comunidad educativa.

Publicado el 06 Nov 2019 / Sin comentarios

Una consideración melancólica de la tasa de NINIS

Autor: Julio Carabaña. Universidad Complutense de Madrid.
Fuente: Comentario del autor incluido en Indicadores comentados sobre el estado del sistema educativo español 2019. Fundación Areces y Fundación Europea Sociedad y Educación.

 

La sección de los “Indicadores” de que trata este comentario lleva por título “Programas de garantía juvenil y contratos de formación”. Es una sección cortada a medida de la Iniciativa sobre Empleo Juvenil promovida por la Comisión Europea en marzo de 2013, aplicada en España por el Plan Nacional de implantación de la Garantía Juvenil, presentado en diciembre de 2013. Los indicadores previstos por la Iniciativa para su seguimiento, en la tabla 12 (ver pág. 151 de Indicadores) tienen como base la relación de los jóvenes con la actividad económica y con el estudio.

El indicador estrella es la tasa de ninis, jóvenes que ni estudian ni trabajan, al cual se le dedican tres gráficos, con datos para los 28 países de la UE tomados de Eurostat: el gráfico 81 (ver pág.152 Indicadores) los refleja por sexo, el 82 (ver pág.152 Indicadores) refleja su evolución y el 83 (ver pág.153 Indicadores) refleja la situación de cuatro categorías básicas en 2018. El comentario que sigue se refiere más al indicador en sí que a las cifras. Se basa en la tabla A, que clasifica a los jóvenes en cinco categorías, una más que el gráfico 83. Estas categorías se basan en la relación con los estudios y en la relación con la actividad económica.

Estos dos criterios se solapan: hay estudiantes que trabajan o buscan trabajo, y activos que son estudiantes. Estos solapamientos se resuelven en la tabla A como en el gráfico 83: primero se separan los que estudian de los que no; luego, los que no estudian se dividen según trabajen o no, y los que ni estudian ni trabajan se dividen según sean parados (buscan empleo) o no. Pero en la tabla A aparecen además separados los que estudian y trabajan, de tal modo que, si se añaden a los que solo estudian, nos dan el total de estudiantes (como en el gráfico 83) y si se añaden a los que solo trabajan nos dan el total de ocupados. Debe tenerse en cuenta, por último, que los “inactivos” son propiamente “otros inactivos”, pues no incluyen estudiantes.

Aclarada la composición de las categorías, podemos considerar cuál ha sido su evolución en lo que va de 2000 a 2018. Destaca sobre todo que una de las cinco categorías apenas ha variado a lo largo del siglo, no viéndose afectada ni siquiera por la “gran recesión”. Esta categoría excepcional es la de los inactivos (técnicamente “otros inactivos”). Las otras cuatro categorías, al contrario, si bien también fueron muy estables antes de la crisis, se vieron muy afectadas por esta, así como, bien que menos, por la recuperación.

 

Tabla A. Evolución (2000-2010) de cinco situaciones de jóvenes españoles de 15 a 24 años en relación con la actividad.

Continúa más abajo.

 

Tabla A. Evolución (2010-2018) de cinco situaciones de jóvenes españoles de 15 a 24 años en relación con la actividad.

 

Fuente: elaboración propia a partir de Eurostat [edat_lfse_18, edat_lfse_20 y si_emp_a].

En efecto, durante los años anteriores a la crisis los ocupados están cercanos al 30%, los parados rondan el 7% y los estudiantes el 60%. En estos años, varían los que solo estudian, que disminuyen unos cinco puntos, y los que además de estudiar trabajan, que aumentan otros tantos. Parece que la fuerte demanda de mano de obra lleva a los estudiantes a trabajar sin dejar los estudios, de modo que se llega a que, en el año 2007, uno de cada cinco estudiantes trabaja.

Obsérvese, de pasada, que con estos datos no es posible atribuir al “dinero fácil de la construcción” el abandono temprano de la escuela. Lo que los datos dicen es que los jóvenes se ponían a trabajar (no solo en la construcción, desde luego), pero sin dejar por ello los estudios.

Es harto sabido que, a partir de 2007, se hace más difícil tanto conservar el empleo como encontrar uno nuevo. Hasta 2013, cuando la crisis toca fondo, los jóvenes de 15 a 24 años que solo trabajan se quedan en el 11%, y los que trabajan y estudian en el 5%. Nótese que sería erróneo (falsa identificación) interpretar que los estudiantes defendieron mejor sus puestos de trabajo, perdiendo solo la mitad, que los puros ocupados, que perdieron casi dos tercios, pues se trata de personas distintas que en circunstancias distintas actúan de modo distinto. En conjunto, los jóvenes que trabajan descienden 22 puntos porcentuales, de más del 39% a menos del 17%. Ya hemos señalado que esta drástica disminución del empleo no afecta al porcentaje de inactivos.

 

Afecta al de parados, que sube unos seis puntos, del 7% al 13%. Y sobre todo afecta a los estudiantes que no trabajan, que se incrementan de menos de la mitad a más de los dos tercios; en parte esto ocurre porque algunos estudiantes dejan de trabajar, en parte, mayor, porque son más los que se ponen a estudiar: hay 18 puntos menos de ocupados que no estudian, de los cuales seis incrementan el paro (casi todos en los tres primeros años de crisis, hasta 2010) y casi el doble, un 11%, incrementan los estudiantes.

En estos mismos “Indicadores”, pero en la edición de 2016 (ver aquí), Garrido subrayaba que los jóvenes habían reaccionado al desempleo poniéndose a estudiar (2016:147); Carabaña (2018) mostró después que esta reacción es bastante independiente de los ingresos de los hogares. Si con la crisis aumentó la escolarización, es de esperar que con la recuperación haya disminuido. Pero no se ha llegado a tanto, tan solo a que crezca menos. De 2013 a 2018 el empleo ha aumentado apenas tres puntos, muy poco comparado con su disminución durante la crisis; y los estudiantes han seguido aumentando, aunque también menos que en la crisis (nótese que desde 2015 solo crecen los estudiantes que trabajan).

Ambos juntamente, estudiantes y empleados, han crecido unos seis puntos, aproximadamente lo que disminuye el paro, que vuelve, en 2018, al 7% habitual en los años previos a la crisis. Recordemos otra vez que la tasa de inactividad es tan indiferente a la recuperación como lo fuera a la crisis.

Resumiendo, con la crisis los jóvenes de 15 a 24 años con un empleo cayeron de más del 39% a menos del 17%, más de 22 puntos porcentuales.

Cinco de ellos eran ya estudiantes; de los 17 restantes, un 11% se puso a estudiar, elevando la tasa de escolarización del 59 al 70%, y un 6% incrementó el paro del 7% al 13%. La inactividad quedó igual. Con la recuperación, los parados han vuelto al 7% de partida al incrementarse tanto los empleados como los estudiantes. El balance de todo el período, de 2000 a 2018, son 15 puntos menos de empleados, 15 puntos más de estudiantes y porcentajes invariantes de inactivos y de parados.

Interesa en este punto subrayar los rasgos o caracteres básicos de los tres actores principales del relato anterior. El mercado de trabajo se caracteriza por su determinismo: por definición, la crisis consiste en una reducción de la oferta de puestos de trabajo y por tanto en una disminución de los empleados. El sistema educativo, en cambio, se caracteriza por su flexibilidad: es capaz de absorber sin graves problemas el incremento de la demanda, incluso con los recortes sufridos en sus recursos. Los jóvenes y sus familias, a su vez, muestran, ante todo una gran adaptabilidad: cuando falta trabajo, dos de cada tres afectados se dedican a estudiar y solo uno sigue insistiendo en buscarlo.

Hasta aquí las categorías simples y su evolución. ¿Aprendemos algo más con ellas si las mezclamos o combinamos? Consideremos la tasa de paro o desempleo. El amplio uso que se hace de ella se debe a que incorpora una información importante, si las personas que no trabajan lo hacen porque no quieren o porque no encuentran empleo. Adoptado el punto de vista de las interesadas en encontrar empleo, compara su número con el de las personas activas, situando la cuestión en el contexto del mercado de trabajo. ¿Se consigue algo semejante con la tasa de ninis? El hecho de que se base en lo contrario que la tasa de desempleo, es decir, en la agregación de parados e inactivos, no induce por lo pronto al optimismo.

En efecto, la tasa de ninis es lo contrario de la tasa de desempleo: retrocede a la indistinción de parados e inactivos.

Podría hablarse de un cuádruple retroceso. Desde el punto de vista analítico supone un paso atrás juntar cosas distintas que, con la crisis, según hemos visto, se comportan de modo distinto, variando la una y la otra no. Desde el punto de vista moral, regresa al principio de condenar cualquier ociosidad (o estudias o trabajas), con el agravante de deslegitimar el trabajo informal, incluyendo el doméstico. Desde el punto de vista político, al ignorar los gustos individuales y las costumbres sociales legitima al Estado para salvar a los individuos de sus elecciones equivocadas; la situación de paro no es deseada por los propios sujetos (pues buscan trabajo), pero la de inactividad es en principio deseada; para deslegitimarla hay que suponer que los interesados en realidad no la quieren o que simplemente no deberían quererla (alienación).

La justificación para atar en la misma gavilla a inactivos y parados es que ninguno acumula “capital humano” por una vía formal; esta omisión, según la doctrina hegemónica, conlleva riesgos de paro, pobreza, marginación y exclusión para el futuro, y estos riesgos son tan graves que legitiman el paternalismo del Estado.

En cuarto lugar, al nivel práctico de las políticas públicas, es necesario separar de nuevo lo juntado para ofrecer puestos escolares y becas a los que quieren estudiar y empleo a los que quieren trabajar. En cuanto a los demás, la pretensión de “garantizarles” lo que en principio no quieren obliga a averiguar las “diferentes razones y motivaciones” que subyacen a sus presuntamente equivocadas preferencias.

Visto así, el indicador ninis parece un despropósito. Bien es verdad que puede comprenderse, al menos parcialmente, si se lo considera en su contexto.Hay que tener en cuenta que es el resultado de un compromiso para acordar un criterio según el cual repartir los millones de euros de una iniciativa europea.

Las condiciones a cumplir por el criterio son que reciban más fondos las regiones más necesitadas y que los gobiernos puedan gastarlos con flexibilidad. Así, en su versión española, el Plan Nacional de Implantación de la Garantía Juvenil, impulsado por el Gobierno en 2013, tiene como fin “garantizar que todos los jóvenes menores de 25 años reciban una buena oferta de empleo, educación continua, formación de aprendizaje o periodo de prácticas en un plazo de cuatro meses tras acabar la educación formal o quedar desempleados”.

Se comprende, pues, que, una vez repartidos los fondos según el indicador agregado (la tasa de ninis), los Gobiernos vuelvan a separarlo en tantos componentes como consideren conveniente. La Unión Europea indica el camino. En sendos informes en 2012 y 2016, Eurofound llega a distinguir seis o siete categorías de inactivos, según lo sean por enfermedad o incapacidad, por responsabilidades familiares, por haberse desanimado en la búsqueda de empleo, por preferir estilos de vida peligrosos o asociales, por estar a la espera de mejores oportunidades, por estar dedicados a actividades como el arte, la música o la autodidaxia o, incluso, a la pura diversión.

Pero incluso aceptando que, al ser un mero artilugio de distribución de fondos que al final no sirve para gastarlos, el indicador ninis no tiene consecuencias materiales, es difícil ignorar sus repercusiones negativas a nivel ideológico, tanto a nivel moral como político.

Desde el punto de vista moral, la obligación de estudiar o trabajar, asimilando cualquier otra actividad a la ociosidad, sigue haciendo tabla rasa de toda la urdimbre de las costumbres sociales, de lo que Hegel llamó “eticidad” y la sociología considera su objeto de estudio por excelencia. El citado informe de Eurofound traza la genealogía del abuso: el desdén por las razones y motivaciones de los inactivos pierde velozmente legitimación según aumenta la edad de los sujetos.

“El mal uso del acrónimo NEET se puede retrotraer al origen del concepto, designado para describir a los jóvenes entre 16 y 18 años. La falta de compromiso tanto con los estudios como con el empleo a una edad tan temprana está estrechamente asociada a severas pautas de vulnerabilidad y, en este contexto, el término “NEET” capta gente joven en su mayor parte en alto riesgo de exclusión social. Con la ampliación de la categoría hasta la edad de 19 años, la correlación entre el riesgo de exclusión social y la condición de NEET se hace mucho más tenue”. (Eurofound, 2016:28).

En realidad, ni siquiera en el Reino Unido, donde surgió la idea de los ninis en los en los noventa, puede considerarse en general anómico no trabajar ni estudiar durante más de cuatro meses entre los 16 y los 18 años; más aún, en muchos casos puede ser consecuencia de la propia integración social; así ocurre, por poner dos ejemplos dispares, en el caso de matrimonios tempranos y en el caso de tardíos viajes de formación en busca del propio yo.

Desde el punto de vista político, el indicador ninis alimenta la megalomanía común a la mayor parte de las ideologías políticas, sobre todo en Europa.

Da la impresión de que los gobiernos tienen el poder de “garantizar” cualquier cosa, ofreciendo igual un empleo, aunque sea como aprendiz o en prácticas, que un puesto escolar, aunque sea en formación continua, a elegir por el interesado. Ahora bien, no debería hacer falta la experiencia de los años de crisis para asumir que el poder de los gobiernos no es el mismo en cada uno de estos campos. Como la tabla A refleja, en España ha sido tan fácil para el Gobierno ofrecer un puesto escolar como difícil procurar un puesto de trabajo. Podría incluso decirse que, cuando un joven quiere estudiar, el Estado no puede hacer nada por evitarlo, pero si lo que quiere es trabajar no puede hacer nada por ayudarle. En el caso de la escuela, el Estado está en la situación del principito de Saint-Exupéry que ordena al sol salir por la mañana; en el caso del trabajo está en la situación del rey Canuto ordenando retroceder a las olas.

En cuanto a los “inactivos”, su situación parece intermedia: puede encargar a psicólogos, sociólogos y antropólogos que estudien sus motivaciones, pero difícilmente podrán “garantizarles” lo que por una u otra razón no quieren. Ciertamente, los datos de la tabla A permiten tanto dejar un margen de confianza a la Garantía Juvenil (Felgueroso, 2016) como desdeñar lo que no puede ser más que un efecto muy pequeño (Martínez García, 2015); pero, en todo caso, insuficiente para justificar las pretensiones paternalistas de la megalomanía política. Esto en el contexto europeo. Fuera de él, las consecuencias de tomarse en serio la tasa de ninis como indicador de un problema social son todavía más negativas. Está fuera de contexto, por ejemplo, que la ONU se proponga acabar con los ninis en el mundo antes de 2030; están también fuera de contexto los publicistas que flagelan a Italia citation generator o a España como el país de los ninis, los que antes de la crisis usaron el acrónimo ni-ni para estigmatizar como vagos o blandos a los jóvenes criados en la molicie o los que, cuando la crisis, lo han empleado para augurarles un futuro sin esperanza en un sistema capitalista sin porvenir.

Todos ellos presentan como un único problema abstracto lo que en realidad es una variedad de situaciones sociales y personales que deben considerarse en su concreta y diversa multiplicidad. Aunque algunos dineros dependan de sumarlas todas.