Los resultados del trabajo sugieren que los programas y políticas de orientación académica en verano tienen el potencial suficiente como para cambiar conductas, desterrar los usos improductivos de tiempo a favor de actividades más útiles, y en definitiva, incrementar los índices de aprendizaje durante el verano, especialmente para los alumnos de entornos socioeconómicos más desfavorecidos.
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