Publicado el 01 Dic 2016 / Sin comentarios
Autor: Mariano Fernández Enguita. Universidad Complutense.
Fuente: Indicadores comentados sobre el estado del sistema educativo español 2016. Fundación Areces y Fundación Europea Sociedad y Educación. 2016.
El anuncio de la llegada de las tecnologías de la información y la comunicación al sistema escolar desató de inmediato la alarma sobre la llamada fractura o brecha digital[1]. Semejante alarma tenía un elemento seguro de verdad: ninguna tecnología de uso masivo ha llegado de repente a todos desde el principio y por igual (la única de la que se dijo tal cosa fue el maná), y todas comienzan siendo cuestionadas y costosas. Contenía un elemento de preocupación razonable: después de milenios para generalizar la alfabetización, siglos para universalizar la escuela y decenios pugnando por ayudas para la compra de libros de texto, asomaban unos aparatos más costosos y con los que muchas familias no contaban. Y tenía, también es cierto, un barniz sospechoso, que la institución o la profesión simplemente no quisieran ser molestadas.
A día de hoy sabemos que la brecha digital, en su sentido fuerte (tener o no tener acceso a la informática y a la internet ) se ha cerrado mucho más rápidamente que para cualquier tecnología anterior, incluidas todas las que hoy son de uso tradicional en la escuela, aunque persistan sectores marginales de población que no lo tienen y desigualdades sensibles entre los que lo tienen. Según datos de la ETIC-H (INE), más de tres cuartas partes de los hogares españoles tienen equipamiento informático y conexión a la red, y el porcentaje debe de ser bastante mayor en los hogares con hijos en edad escolar, pues, aunque el INE no da detalles de equipamiento, sí informa, por ejemplo, que, en los últimos tres meses, el 95% de los adolescentes de 10 a 15 años ha utilizado un ordenador y el 94% ha accedido a la red[2].
Los indicadores que aquí mismo se presentan reflejan que el equipamiento informático de los centros españoles es, comparado con el de la OCDE, bueno: en media, menos de tres alumnos por ordenador. En consonancia con ello, el uso de dicho equipamiento por los menores en ese tramo de edad ha avanzado de forma clara, en el último lustro, tanto en el hogar como en la escuela. Pero, incluso con estos datos básicos, se apuntan ya dos rasgos preocupantes.
No todos esos adolescentes han accedido a la internet en su hogar, aunque lo ha hecho el 82.6%, y es posible que una pequeña parte del 17.4% restante no lo haya hecho por una prohibición de sus padres, dada su edad, pero lo más probable es que simplemente no tengan el equipamiento adecuado. Por otro lado, aunque la proporción de los que lo han hecho en la escuela es menor, 63.4%, parte de quienes no acceden en el hogar podrían hacerlo en la escuela. Los datos agregados no permiten determinar si un alumno accede en las dos sedes, en ninguna o en una (y cuál) de ellas, pero hay dos apuestas seguras: una, que no todos los que no acceden en el hogar lo hacen en la escuela; otra, que, dada la asociación habitual en equipamiento y en usos entre escuela y hogar, los colectivos que menos acceden en el hogar serán también los que menos accedan en la escuela. A esto debe añadirse que, aunque la cobertura de la escuela es notablemente mejor que la de los hogares (todas las escuelas sin excepción tienen ordenadores y conectividad, lo que no tienen todos los hogares, si bien esto es compatible con índices por individuo menores en aquellas que en estos), una parte no desdeñable de adolescentes de 10 a 15 años no tiene acceso ni en el hogar ni en la escuela. No solo eso, sino que el uso en el hogar iba, al comienzo del lustro, y va, al final del mismo, muy por delante en el hogar que en la escuela e incluso aumenta el desfase, ya que crece más en el primero, a pesar de que ya se acerca al punto de saturación y de que su equipamiento no es generalizado, como sí lo es en la escuela.
Dicho de otro modo, a pesar de que no hay brecha digital entre las escuelas (aunque sí desigualdades), la institución escolar no está evitando ni compensando la brecha digital residual que sin duda queda entre los hogares. Pero el acceso no es lo único, ni quizá lo más importante. Es necesario, pero no suficiente. La segunda parte es a qué se accede, si al aprendizaje o al entretenimiento, a usos variados o rutinarios, etc. Esto es lo que se ha dado en llamar la brecha digital de segundo orden, secundaria, en el uso[3], y sabemos por otras fuentes que la clase social y el nivel educativo de los padres (no así el género o el hábitat, y en muchos países tampoco el grupo étnico –en España es probable que sí, pero no hay datos– tienen un peso importante en esto (similar, por lo demás, al que tienen sobre la lectura o el consumo de audiovisuales). Pero, si la escuela va tan claramente por detrás en acceso a la internet, podemos estar también seguros de que poco estará contribuyendo a cerrar esta brecha secundaria.
Por último, los datos presentados reflejan también que, aunque la escuela privada (incluida la concertada) está peor equipada que la pública, su nivel de equipamiento está aumentando bastante más rápido. Si tal tendencia se mantiene y la privada sobrepasa en esto a la pública, lo que tendremos es que la digitalización reforzará la divisoria escolar ya existente a favor de la primera. Aunque no hay espacio para detalles, por otras fuentes consta que, efectivamente, los centros privados y concertados (no todos y no siempre) están siendo más diligentes que los públicos en el desarrollo y puesta en práctica de proyectos de innovación de base tecnológica, sea porque así lo demanda su público o porque el mayor peso de la dirección y la titularidad lo facilita[4]; puede que tengan menos equipamiento, pero es probable que lo usen más. A esto se añaden querellas políticas difícilmente explicables que llevan, a veces, a que administraciones autonómicas de un color se autoexcluyan de los programas nacionales más ambiciosos porque los promueve un gobierno del otro (como hicieron no hace mucho los gobiernos conservadores de las Comunidades de Madrid, Murcia y Valencia frente al programa Escuela 2.0 del gobierno socialista de la nación), algo que ahora pagan –los alumnos, no los gobernantes, y en particular los de la escuela pública, pues son los afectados– estando en la cola en equipamiento. En definitiva, corremos el riesgo de que una tercera brecha, esta institucional, entre la escuela y su entorno, el profesorado y el alumnado, agravada tal vez por avatares políticos, impida que la sociedad se sirva de la escuela para cerrar, compensar o mitigar las dos primeras[5].
[1] NTIA (1999), Falling through the net: Defining the digital divide. Washington, DC: U.S. Department of Commerce, National Telecommunications and Information Administration.
[2] ETIC-H (2015). Encuesta sobre Equipamiento y Uso de Tecnologías de Información y Comunicación en los hogares 2015. www.ine.es, acc. 17/3/16
[3] DiMaggio, P. & Hargittai, E. (2001), From the ‘digital divide’to ‘digital inequality’: Studying Internet use as penetration increases. Princeton: Center for Arts and Cultural Policy Studies, Woodrow Wilson School, Princeton University, 4(1), 4-2.
[4] Fernández Enguita, M. (2014), Contra todo pronóstico. Una exploración del uso de las TIC en el aula. En MECD, Informe español: TALIS 2013: Estudio internacional de la enseñanza y el aprendizaje. Análisis secundario. Madrid: MECD.
[5] Fernández Enguita, M. (2016). La Educación en la Encrucijada, Madrid, Fundación Santillana, cap. 2. http://goo.gl/PU1VT3.
Etiquetas: brecha digital / escuela / igualdad / internet
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