Publicado el 20 Dic 2022 / Sin comentarios
Autor: Miguel Requena. Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y Grupo de Estudios ‘Población y Sociedad’ (GEPS).
Fuente: la versión original de esta entrada se incluye en Indicadores comentados sobre el estado del sistema educativo español 2022, con el mismo título. Fundación Areces y Fundación Europea Sociedad y Educación.
Hay cada vez más evidencia (Heckman, 2006) de que en los seres humanos los primeros años de vida son cruciales para el desarrollo posterior de sus capacidades cognitivas y no cognitivas (sociales, actitudinales, emocionales). La adquisición temprana de estas capacidades mejora las trayectorias educativas posteriores, previene el fracaso y el abandono escolar, potencia el rendimiento académico y termina por elevar el logro educativo de la población adulta (Karoly et al. 1998). Además, la escolarización temprana tiende a producir mejores resultados en el mercado de trabajo, los ingresos y la salud.
También facilita la conciliación a las jóvenes parejas y reduce las desigualdades socioeconómicas y culturales (Heckman 2011; OECD 2018). Es, en suma, beneficiosa para adolescentes, jóvenes y adultos. Los réditos de la escolarización temprana son sobre todo apreciables, y por ello más necesarios si cabe, entre los niños social y económicamente desaventajados (Zigler, Gilliam & Jones, 2006). En la España de hoy, la escolarización de los niños de 0 a 2 años no es obligatoria ni gratuita. De hecho, hasta hace poco tiempo, se daban en nuestro país niveles de educación infantil relativamente bajos en comparación con los de otros países similares.
Sin embargo, en las últimas décadas la situación ha comenzado a cambiar, hasta el punto de alcanzarse hoy, en escolarización infantil, cuotas similares e incluso superiores a las de otros países desarrollados. A los tres años, cuando comienza la segunda etapa de la educación infantil, que es gratuita en los centros que cuentan con financiación pública, la escolarización está próxima ya al universo de los niños de esas edades, con un 96,2% de tasa neta de escolarización, para niños y niñas por igual, en el curso 2019-2020.[1] Entre los 0 y los 2 años, el grado de escolarización es menor, pero aun así notable. En 2019-2020, la tasa neta de escolarización de los niños de 0 a 2 años para todo el país (41,1%) multiplicaba por 1,8 la de los países de la UE22 (22,4%) y por 1,7 veces la del conjunto de la OCDE (24,9%). Con los niveles actuales, sólo un puñado de países europeos nos aventajan en este indicador. Además, aunque persisten acusadas diferencias regionales, el éxito en la escolarización de los niños de estas edades se ha basado en un esfuerzo considerable y sostenido en el tiempo.
En el transcurso de los últimos treinta años, la tasa neta de escolarización entre 0 y 2 años se ha multiplicado por 12,5 veces, desde un raquítico 3,3% en el curso 1991-1992 hasta el ya mencionado 41,1% registrado en el curso 2019-20.
Precisar los vectores principales del cambio que ha tenido lugar en esos últimos treinta años en la escolarización de los niños de 0 a 2 años es interesante por al menos dos razones. La primera es que ayuda a entender la propia dinámica de la transformación que ha experimentado nuestra sociedad; la segunda, que sirve para tratar de anticipar, en la medida de lo posible, el futuro previsible que nos espera. La forma más simple de analizar los factores del cambio es examinar por separado los componentes de la tasas de escolarización.
La realidad de la escolarización infantil, así como las necesidades asociadas a la misma y los problemas que potencialmente plantea, comienzan con el número absoluto de niños pequeños a los que se puede involucrar en el sistema educativo. La población susceptible de ser escolarizada constituye el denominador de las tasas y es el primer componente del cambio al que hay que prestar atención. Dadas las casi insignificantes tasas de mortalidad y de migración infantil que se dan en nuestro país, el tamaño del contingente de niños de 0 a 2 años —como también, y por la misma razón, la población de entre 3 y 5 años que se encuadra en el segundo ciclo de la educación infantil— viene fundamentalmente determinado por los nacimientos.
Entre 1990 (1.199.878) y 2020 (1.115.708) el cambio en el tamaño de la población de 0 a 2 años siguió de cerca al de número de nacimientos y fue negativo (-7%) para el conjunto del periodo. Sin embargo, como se aprecia en el gráfico A, la tendencia no ha sido descendente durante todo el periodo. Los nacimientos disminuyeron entre 1990 y 1999, crecieron durante la primera década del nuevo siglo (debido sobre todo a la bonanza económica y a la contribución de las madres inmigrantes) y volvieron a disminuir durante la segunda década del siglo, en muy buena medida como consecuencia de la caída de la fecundidad inducida por la Gran Recesión.
En el gráfico A también se representa el cambio que se puede esperar que se produzca en los próximos veinte años en la población española de niños pequeños, estimado a partir de las proyecciones de población del Instituto Nacional de Estadística.
La previsión del INE, que es relativamente optimista en lo que se refiere a recuperación de la fecundidad[2], indica que el descenso en el número de estos niños continuará hasta el año 2028, momento a partir del cual remontará hasta al menos 2040 para crecer en torno a un 15% en esos doce años y alcanzar la cifra de 1.160.561 nacimientos.
Nótese que, si las proyecciones del INE son atinadas, hacia 2040 el contingente de niños de 0 a 2 años en España estará por debajo (-3%) del que había en 1990 pese al crecimiento del último periodo. Mucho tendrían que cambiar las cosas para que en el fututo próximo viéramos en España tantos infantes como había en 1990, y no digamos en 2009. Si las proyecciones de población del INE reflejan bien la realidad futura, en 2028 habrá en España solo tres cuartas partes de la cantidad de niños de menos de tres años que había en 2009.
El segundo componente del cambio en la escolarización es el número de niños que en cada momento se han incorporado efectivamente a la Educación Infantil, el numerador de las tasas. El gráfico B muestra cómo ha cambiado el número de niños escolarizados de estas edades durante los últimos treinta años. El cambio fue claramente ascendente desde 1991 hasta 2010 y, en particular, entre 2007 y 2010.
Es interesante anotar que durante la última década, cuando la población infantil se contrajo debido a la continuada caída de la fecundidad, el número de niños de estas edades escolarizados no descendió, sino que se estabilizó en torno a los 450.000 entre 2011 y 2015, los años de la segunda fase de la gran crisis económica.
Esa reciente estabilización del número absoluto de niños escolarizados en un escenario en el que la población susceptible de ser escolarizada disminuía indica que las tasas siguieron creciendo en el periodo. El gráfico muestra en efecto cómo aumentaron las tasas netas de escolarización entre 1991 y 2019, que crecieron de forma continua y a un ritmo relativamente constante tanto cuando la población infantil de estas edades disminuyó (1990-1999 y 2010-2020) como cuando aumentó (2000-2009). En otras palabras, lo que estas tendencias nos enseñan es que la disposición a escolarizar a sus niños pequeños de las jóvenes familias españolas —y las oportunidades de hacerlo— no han dejado de aumentar durante los últimos treinta años y su aumento ha sido relativamente independiente de la realidad demográfica subyacente.
¿Qué implican estas pautas de cambio para el futuro de la escolarización temprana en España? La descomposición del cambio permite perfilar un escenario de futuro creíble usando un método de proyección por componentes en dos pasos.
En el primer paso se prolonga la tendencia de las tasas netas de escolarización observadas en los últimos veinte años mediante una función lineal que ajusta bien el cambio observado en el pasado (R2=0.98) y controla posibles perturbaciones suavizando la proyección hacia el futuro. Se elige la función lineal porque ofrece una solución intermedia entre una función polinómica cuadrática, que para el horizonte de 2040 lleva las tasas al entorno del 100%, y una función potencial más conservadora que implica un ritmo de crecimiento de las tasas sensiblemente menor (panel A del gráfico C).
En el segundo paso, se aplican las tasas a las poblaciones de niños entre 0 y 2 años proyectadas por el INE (que corresponden a los datos proyectados del gráfico A) y se calculan las poblaciones resultantes de niños escolarizados durante los años de la proyección.
La proyección lineal de las tasas implica suponer que la disposición de las nuevas familias a escolarizar a sus hijos (i) seguirá creciendo al mismo ritmo que en las tres últimas décadas y (ii) no se verá afectada por shocks económicos (cambios en la situación financiera de las familias), demográficos (cambios inesperados en la fecundidad o las migraciones) o de otro tipo (como los provocados por la reciente pandemia).
Obviamente, siempre cabe la posibilidad de que las tendencias en las tasas de escolarización cambien de forma imprevista o brusca en los próximos años, lo que perjudicaría la fiabilidad de las estimaciones que aquí se presentan. Pero, a tenor de lo observado en las dos últimas décadas, este escenario se considera muy improbable.[3] Bajo los supuestos de la proyección lineal, hacia 2030 la tasa neta de escolarización alcanzaría el 56% y en 2040 se situaría en torno al 70%.
El resultado de la proyección lineal en el número de niños escolarizados se muestra en el panel B del gráfico C. Tras la estabilidad observada en la segunda década del siglo, hacia 2025 se alcanzaría el medio millón de niños de 0 a 2 años escolarizados; en 2032 se superarían los 600.000; y en 2040 tendríamos ya más de 800.000 niños pequeños escolarizados en España.
Esta larga onda de crecimiento del primer ciclo de la educación infantil contrasta con lo que ha sucedido en el segundo ciclo (3 a 5 años), en el que la combinación de tasas estabilizadas en niveles muy altos y población menguante ha hecho descender el número absoluto de niños escolarizados entre 2012 y 2020 y posiblemente lo seguirá haciendo, como mínimo, hasta 2030.
En cuanto al futuro del primer ciclo, el crecimiento esperable de las tasas de escolarización a estas edades contrarrestará los contingentes menguantes de niños de entre 0 y 2 años. Dicho de otro modo, es muy probable que unas familias cada vez más propensas a escolarizar a sus hijos desde las edades más tempranas compensen sobradamente la falta de efectivos derivada del continuado déficit de fecundidad que padece nuestro país.
Que esa propensión de las familias a la escolarización temprana vaya a seguir creciendo en los próximos años es, por lo demás, coherente con la situación laboral y financiera de las parejas que afrontan el reto de la reproducción en un régimen de fecundidad ultrabaja como el español. En este tipo de regímenes demográficos, aquellos jóvenes que han conseguido emanciparse, formar pareja y tener hijos son quienes más necesitan escolarizar a sus hijos desde temprana edad para mantener el nivel de autonomía que les ha permitido formar una nueva familia. Ese nivel de autonomía tiende a conseguirse y mantenerse gracias a los ingresos que proporciona el trabajo remunerado de ambos miembros de la pareja cuyo desempeño es las más de las veces incompatible con el cuidado exclusivamente doméstico de los hijos pequeños. Para las nuevas familias en las que madres y padres trabajan y cuidan de sus hijos (González & Jurado 2015), la escolarización temprana suele ser un recurso imprescindible.
Se sabe que la disponibilidad de escuelas infantiles tiene un efecto positivo en los nacimientos de primer y sucesivos órdenes (Baizán 2009), lo que seguramente significa que en muchas ocasiones la posibilidad de la escolarización temprana funciona en realidad como un incentivo para la reproducción.
En España los avances que se han producido estos últimos años en escolarización temprana son, sin duda, una excelente noticia. Además, la perspectiva de que en el futuro se siga progresando en la misma dirección es bastante verosímil. Es cierto que perduran y habrá que resolver problemas como los asociados la adecuación de la oferta de plazas de primer ciclo a la creciente demanda, la heterogénea distribución de los centros públicos y privados, o el gradiente socioeconómico de la educación infantil por el que son los hogares con más recursos educativos o económicos los que más escolarizan a los niños en el primer ciclo de la educación infantil (Requena & Salazar 2021). Pero, estos problemas pendientes no nos han impedido progresar hasta situarnos entre los países europeos más avanzados en este terreno.
En suma, la ampliación del sistema educativo a las primeras edades debe ser celebrada como un movimiento de indiscutible utilidad pública.
Es de esperar por ello que las autoridades públicas sean conscientes de las inercias demográficas subyacentes y sepan sortear las dificultades que implican y aprovechar las ventajas que ofrecen.
NOTAS
[1] En las comparaciones en el tiempo, no se utiliza el último dato disponible, que corresponde al curso 2020-2021, para evitar las perturbaciones en las tendencias provocadas por el impacto de la pandemia de COVID-19.
[2] El INE anticipa índices coyunturales de fecundidad en torno a los 1,30/1,35 hijos por mujer en edad fértil para los años 2030 y 2040. En 2019, el valor del índice fue 1,24; la tendencia desde 2008 ha sido descendente.
[3] Uno de los supuestos básicos de este ejercicio es que el impacto de fenómenos imprevisible se termina absorbiendo por la propia inercia de las tendencias. El probado efecto de la crisis de salud pública generada por la COVID-19 en la caída de las tasas de escolarización de los niños más pequeños es un buen banco de pruebas para calibrar el impacto de lo impredecible. Si los supuestos de la proyección son correctos, en los próximos años las tasas se recuperarán hasta volver a la trayectoria trazada por la tendencia de los años anteriores. Eso es precisamente lo que ha sucedido con los nacimientos en España (Requena 2021).
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